jueves, 14 de julio de 2016

La tregua.

Me parecía terrible que Laura actuara de ese modo conmigo: me enamoraba y luego me alejaba de la manera más drástica. Vaya a saber si me quería pero de lo que sí estaba seguro era que tenía una manera especial de herirme. Ella era un vaivén de sentimientos en los cuales yo quedé atrapado sin querer, de la manera menos esperado, así como empiezan esas grandes historias de amor, por casualidad.
Laura trabajaba para mí, mostrando esas piernas esbeltas con ese andar tan delicado y característico de ella, pues habíamos caído en la típica situación de jefe-empleada teniendo encuentros casuales (que eran lo menos casuales) en el trabajo, en nuestra pieza del hotel, en su departamento, en mi departamento y en lo que después llegamos a concebir: un departamento para los dos, nuestro hogar. Pero todo eso sucedió después.
Cuando llegó a mi vida, ella intentaba hacer todo lo contrario a seducirme, me fastidiaba, y yo siendo un hombre cansado de todo me molestaba su sola presencia, así que llamarle por su apellido era lo mínimo que podía hacer para demostrarle el poco afecto que tenía por ella. "Avellaneda" lo pronunciaba con repudio, pero sin darme cuenta, al mismo tiempo pronunciaba mi condena pues me estaba referiendo a ese fruto seco que como ella, a pesar de su fría apariencia, Avellaneda esperaba ser mordida para conducirme por ese abismo de sabores y volverme adicto a ella.
Pero quién iba a saber que yo mismo me había puesto el arma en esa boca que desde hace mucho había perdido su gracia, así que con ignorancia seguía pronunciando "Avellaneda" cada vez con más frecuencia y con menos repudio. Y fue ese día, cuando me di cuenta que mi vida era absurda y que moriría con un trabajo aburrido, con la sombra de mi ex pareja que me perseguía de la tumba y unos hijos mal agradecidos, que vi a Avellaneda en ese café de la esquina. Noté que antes no la había visto, y ahora mis ojos percibían la figura más extraordinaria de una mujer que lucía ordinaria, y ella me vio también por primera vez.
━ Laura, he terminado de escribir un diario sobre todos los días que pasamos juntos.
━ Laura, por qué me abandonaste.
━ Laura, me devolviste la vida a cambio de la tuya. Te robé tu vitalidad como un parásito, y te fui matando lentamente sin darme cuenta. Al fin y al cabo fui yo quien te hirió.
━ Perdón, Avellaneda.
Me parecía que la vida había sido muy perra conmigo como para quitarme a Avellaneda de mi lado justamente en el momento que me sentía con la vitalidad que nunca antes había tenido. Releía sus cartas con el sello de "Señor, Santomé" imitando su tono como ella tantas veces pronunciaba.
Amar a Laura había sido lo que necesitaba para sacarme de tantas incoherencias con las que contaba. Después de todo, yo ya había perdido el sentido de las cosas y ella me había enseñado a vivir.
"Lo que uno quiere de verdad, es lo que está hecho para uno; entonces hay que tomarlo, o intentar: En eso se te puede ir la vida, pero es una vida mucho mejor…"


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