jueves, 14 de julio de 2016

Gracias por el fuego (corazón coraza)

Me lo repetía constantemente hasta dejar mis oídos aturdidos de sus palabras: el rojo es tu color, no me dejes. "El rojo es tu color, no me dejes" como un eco continuaba sonando pero no entendía a qué se refería con aquellas palabras pues definirme con un color carecía de sentido y más si le adjudicaba a la frase tal petición tan profunda como era no dejarla. 
El rojo podría significar muchas cosas, pero sabía que ninguna de ellas me definía como Dolores lo estaba haciendo de manera tan segura y tajante.
"Tu color es el dorado. No me dejes." Ahora yo también la definía con un color hasta caer en ese juego de matices que comenzaban a apropiarse de nuestra vida y terminar siendo un color en un mundo lleno de tonos grises y apagados. Entonces era mi turno para repetir con exigencia que no me abandonara porque yo prefería ser un rojo atardecer a una dorada madrugada como ella.
Así nos aferrábamos, a la idea de que el rojo y el dorado podían mezclarse a pesar de sus diferencias y Dolores me acariciaba con esa ternura que solo ella podía transmitir para apaciguar lo que intentaba separarnos como si se tratara de un bichito que recorría nuestro cuerpo y que ella intentaba matarlo con sus tibias manos.
Como la carencia para expresarme con palabras siempre ha sido mi problema, le respondía con letras en poemas (si acaso pudieran definirse como poemas) y con besos frenéticos por toda su suave y distinguida piel con lunares que ella dejaba al desnudo.
"Dolly, mi amada Dolly, arráncame la piel que yo desnudaré la tuya para que te quedes en mi alma. El rojo puede ser la coraza de mi corazón y el dorado el del tuyo, pero tú serás mi alma, yo seré tu alma, así que no me dejes. Oh, mi amor, ya sé que eres mejor que todas tus imágenes y tengo que amarte, tengo que amarte." Mis palabras ahora resonaban en su alma y nos quedamos en silencio abrazados mientras apreciábamos el momento, nos habíamos quedado en pausa. Todo parecía infinito, y Dolores así lo sintió también entonces le encendí el cigarrillo y me susurró rompiendo aquel silencio: Gracias por el fuego, Ramón. Así que en ese momento y con esas palabras sellamos nuestro pacto. "Gracias por el fuego" lo repetí sabiendo todo lo que encerraba aquella frase pues nos habíamos encendido fuego que aún no se apagaba para nuestra suerte, e incluso habíamos creado una especie de color formado por rojo y dorado que cada vez se mezclaba con más pasión.



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