domingo, 27 de marzo de 2016
De nuevo, incoherencias.
Y ¿quién dijo que se necesitaba huir de la ciudad para librarse de tan nefastas situaciones en las que me he visto involucrado? Después de todo, lo que me atormenta se encuentra dentro de mí y se aferra de mi alma tan desesperadamente para no dejarme ir, condenado por siempre al maldito caos que no se apiada de mi vida. ¿Vida? ¿Qué sé yo de vivir? Si tantas veces he sido víctima del aislamiento y del miedo que me han impedido vivir, así que no escaparé, ya ha sido suficiente después de tanto huir del mundo que me rodea.
El cielo tan infinito, el mar tan sublime y la naturaleza tan fresca me sirven de llamado para hundirme en mis pensamientos y luchar por lo que quiero, aunque sea contradictorio pues sé que entre más me sumerja en mi mente, a más crisis me veré involucrado dejando a un lado las ganas infundidas de luchar, sin embargo esta vez quiero salir de aquellas tormentas para hacer lo que quiero pues ya ha pasado un buen tiempo desde que hice algo por gusto; y es que todo se resume a las contradicciones como es el “vivir para morir” o el “sufrir para ser feliz”, ya que no se puede tener una sola convicción tan pura sin que exista su lado amargo.
Finalmente me he dado cuenta de la dualidad entre el cuerpo y lo interno (¿alma?), porque cuando se sufre, es que podemos sentir el cuerpo, carne débil rendida ante el dolor. De lo contrario, cuando se está en un estado de satisfacción, el cuerpo se vuelve leve e invisible ante nuestros sentidos mientras que interiormente sentimos una profunda satisfacción que nos encandila. Una unidad, un equilibrio, una armonía es lo que se supone debemos mantener, pero cuando se está siempre sumido en el dolor o en la satisfacción, ¿acaso uno no queda anestesiado ante tal sentimiento? Y nos volvemos seres inertes manipulados por el sistema al que todos nos vemos involucrados y del cual hacemos parte, comenzamos a creer, a pensar y actuar como se nos muestra para fingir si quiera una pizca de emoción la cual creemos con fervor. Pero se llega un momento en que se debe despertar, salir de la agonía silenciosa que nos maneja. Y por esto, se debe mencionar a nuestros ojos los cuales son propios de cada quien, las ventanas de quien observa y solo estos son capaces de develarnos tantos secretos o de ocultarlos, si así lo preferimos. Somos quienes controlamos si ver (incluso los pequeños detalles) o no (aunque creamos estar viendo), y de ahí parte todo. Ya ni siquiera vemos realmente por estar pendientes de las pantallas como la televisión, las cámaras, el ordenador, las ventanillas, en los cuales ponemos nuestra más íntima confianza para dejar que nos muestre la realidad y luego pretendemos buscar un edificio con una maravillosa vista exterior donde podamos vivir y ¿para qué si solo observaríamos lo que quieren que veamos?
No sé nada, definitivamente no sé nada, solo menciono cosas al azar regido por los impulsos tan característicos del ser humano o, mejor dicho, las incoherencias absurdas que nos controlan en todo momento cuando la razón hace imposible ordenar los pensamientos.
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