Cuando tu vida está a punto de cambiar y entras en una nueva etapa, esperas que ese giro de 180° sea finalmente una forma de empezar de nuevo y escribir tu historia esta vez sin que nadie te reconozca y puedas ser quien siempre quisiste ser. Esperas y te llenas con las más altas expectativas de que ese cambio sea lo mejor que te vaya a pasar. Sin embargo, con el tiempo te das cuenta de que por más que trates de hacer todo en una hoja blanca, las huellas de lápiz te recuerdan que tu letra no ha cambiado y que no puedes huir de ti mismo ni mucho menos, empezar de nuevo. Los principios no se vuelven a hacer a menos que lleves consigo mismo tu huella que has dejado en el camino. Sencillamente no puedes escapar del pasado, de ti, ni de nadie.
Te das cuenta que lo que te llevó a ese momento de cambio en tu vida, con tropiezos y todo, fue lo mejor que te pudo haber pasado y que volverías a ese instante porque realmente eras feliz. Pues heme aquí, tratando de encajar en un grupo de personas superficiales y poco amables, donde te muestran una sonrisa mientras te apuñalan a escondidas.
Ves que todos a tu alrededor ya han encajado y que felices son con sus iguales pero luego te ves a ti, solo, quizá con uno o dos amigos que realmente aprecias pero que sabes que por más que intentes no encajas y sencillamente ellos te mantienen en un constante recordatorio de eso empujándote a la orilla para despejar el camino.
Son sensaciones nuevas y pensamientos diferentes a los acostumbrados los cuales se apoderan de tu mente y te llevan a un sinfín de malestares donde pasas de ser la persona más sonriente y alegre que alguien ha conocido, a la persona más cerrada y seria. Te cambian, te desmejoran, te desaniman pero toca seguir adelante, sea con una sonrisa o con una lágrima.
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