jueves, 19 de noviembre de 2015

Un nuevo destino


Recuerdo que de pequeña me pasaba soñando lo que quería llegar a ser cuando fuese grande. Para ese momento contaba con esas ganas de convertirme en una persona mayor que cada vez iban creciendo más en mi interior, como si se tratara de un deseo implementado donde creía que todo iba a ser mejor. Ah, qué locura pensar desde tan corta edad que mi vida sería mejor al ser grande, sin darme cuenta en aquel entonces de lo hermoso que era la infancia donde vivía sin preocupaciones. Y sé que todavía sigo siendo joven, pero ahora ya no deseo con vehemencia el convertirme en alguien mayor donde la mayoría de los casos, es en esa etapa en la cual a muchos se les olvida el verdadero objetivo de la vida: vivir. Así, como escribió Caicedo: “Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes.”

Fue entonces, cuando me vi experimentando ese cambio de estudiante de colegio a universitaria, que me di cuenta de lo verdaderamente importante de la vida y de las incontrolables ganas de volver a ser una niña pequeña, donde lo único que me importaba era quién hacía un castillo de arena más grande o quién lograba esconderse mejor.

No diré que siempre soñé con estudiar medicina y que desde pequeña mis papás me disfrazaban de doctora porque no fue así, y a decir verdad, yo poco hablaba sobre mis aspiraciones del futuro y me enfocaba más en el presente. Me pintaba a mí misma como una persona artística y aseguraba que cuando grande estaría en ese medio, pero después de tantas vueltas que me dio la vida, terminé estudiando algo que abarcaba todo lo que me gustaba: el maravilloso arte de la medicina.

Recuerdo cuando inicié el último año escolar, pues fue ahí donde realmente me di cuenta de que ese era el momento para decidir sobre mi futuro y las metas que quería alcanzar. Así que, sentí un miedo con tal magnitud que nunca antes había experimentado, ya que finalmente tenía los pies en la tierra, y había llegado el momento de tomar una de las decisiones más importantes de mi vida donde lo menos que quería era errar, pero sobre todo, quería encontrar ese espacio donde pudiera encajar en un grupo de personas con mis mismos intereses. Por lo tanto, una vez decidí la profesión a la que quería aspirar, estaba la cuestión de que pudiera ser aceptada en la Universidad de mi elección, junto con esa inseguridad con la que contaba en mis adentros que me hacía dudar si realmente podría lograr mi propósito. Debo reconocer, que en ese tiempo me vi a mí misma en un mar de sentimientos que nunca antes había sentido con tal profundidad, y que se iban apoderando poco a poco de mí ser, sin embargo aprendí a manejar tal situación hasta el punto en que pude lograr más confianza en mí misma que antes no tenía.

Si bien logré exactamente lo que quería en cuanto a mi estudio, los nervios y el miedo de una nueva experiencia se hacían notorios, pero sabía que era normal sentirme de ese modo por lo que no fue un impedimento para opacar las fervientes ganas de sumergirme en ese cambio. Y no me arrepiento, pues he podido cambiar la perspectiva de muchas cosas que antes no veía con claridad en cuanto a mi forma de pensar y en mi manera de actuar.

Gracias a esos cambios que fui adquiriendo, me di cuenta de que las circunstancias y las nuevas etapas de la vida han sido las que más me han hecho madurar y crecer como persona.  Este inicio de la universidad se ha vuelto un viaje importante y especial que he emprendido, y del cual pretendo aprender de ello porque lo importante, más que el destino, es el recorrido.

Admito que al principio se me hacía difícil el estar rodeada de nuevas caras, además de la alta exigencia académica de la que venía acostumbrada y era para esperar tal cambio, sin embargo, una vez que lo estaba  viviendo se volvía en algo extraño y abrumador.

Es cierto que no fue nada fácil para mí adaptarme a tal cambio, sentí durante mucho tiempo esa inconformidad con mis compañeros y, a decir verdad, muchas veces sentía que no encajaba o que no formaba parte del estilo de vida de ellos, puesto que me sentía demasiado diferente. Por otro lado, ya no veía a mis amigos del colegio con frecuencia, sin contar que muchos de ellos se fueron a diferentes ciudades o países a realizar sus estudios, así que era inevitable no sentir por momentos esa soledad.

Sin embargo, con el paso del tiempo pude conocer más a fondo a mis compañeros y finalmente, he podido encontrar unas cuantas personas con las que he sentido una verdadera conexión y con las que me siento cómoda, por esto agradezco que se hayan cruzado en mi camino porque me han enseñado a sentirme bien siendo yo misma sin dejar que las diferencias formen una barrera. También, he aprendido que se debe luchar y hacer sacrificios para lograr lo que quiero pues nunca debo rendirme, siempre es mejor seguir adelante. Además, he podido conocer el verdadero significado de la responsabilidad y tomar las riendas de mi vida porque de mí depende lo que quiero llegar a alcanzar.



En conclusión, es conveniente decir que a pesar de que al principio pudo ser difícil y aterrador, los cambios vienen bien y estas nuevas experiencias son las que me han ayudado a encontrarme como una persona con metas y con sueños que nunca debo dejar atrás.